De mí, que soy una Santa,
que temo la ira de Dios,
que me reinvento con cada tic-tac...

sábado, 14 de febrero de 2009

Cada mexicano tiene mucho que dar a nuestro querido México, dicen, dice… (Si este fuera un aserto, ya no seríamos mexicanitos…)

Alguna aseveración digna de un mandatario de ficción en las repúblicas bananeras hechas/deshechas dentro de la vasta literatura iberoamericana se acerca mucho a lo que Calderón predica con túnica blanca a los michoacanos, a los diputados, senadores, miembros del magnifico gabinete presidencial y demás compinches o acarreados políticos.

Es verdad que México ha vivido de pura demagogia y bailes de máscaras. Es verdad, sin lugar a dudas, que el pueblo mexicano necesita nutrirse de falacias, de discursos patrióticos, de consignas de equidad, justicia y administración pública sin tacha. Es verdad que  México respira pura palabrería, promesas cursis de novios que se hacen con altavoces: “que ora si, no te preocupes, manito, vas encontrar chamba”, “te lo juro, si estudias, te doy trabajo”, “cuál crisis, si lo que has hecho toda tu vida es trabajar, échale ganas, hermano”, “ora si nos hará justicia la revolución”…

Sin embargo, no es sólo asunto de políticos hablar “bonito”, convencer a las masas. Esto, la mentira que se esconde tras la tramoya,  es, algunas veces lo pienso, genética de pueblo vencido, humillado por sí mismo, sacrificado en aras de encontrar un paraíso terrenal entre nuevos tractores y  televisión mierdera. Es el escudo contra la adversidad de la competencia en el mundo globalizado. Es una vil, burda, cruel, cínica renunciación a la responsabilidad individual, al escarnio que uno se ha ganado con el sudor del trasero (huevón mexicano). Es lo que nos tocó, nos toca y tocará mientras nos guste vivir de la basura del país vecino, mientras nuestro porvenir sea el hoy, mientras los vicios propios no se erradiquen con un poquito de sensatez.

Nada de moralinas aquí, advierto. Nada, tampoco, que no se haya dicho ya a lo largo del devenir histórico, pero tampoco nada que nos haya quedado grabado en la memoria como condicionante en nuestro proceder diario, rutinario. México y los mexicanos somos como los caballeros, no tenemos memoria. Ni los crímenes ni la sangre han impregnado su huella en la tierra fértil de la provincia. Ni el oprobio de ser  ”un mexicano más” conformista, negligente, perezoso, mañoso, hábil solamente para la trampa ha surcado nuestra piel morena,  sebosa por el sol del medio día. Nada ha quedado que no sean ídolos borrachos, mujeriegos,  machos (muy machos), fulleros, altaneros, bigotones y panzones. Nada que no sea un pinche título de fútbol ganado a las reservas del equipo brasileño o la gloria huidiza de atletas (ahora modelos de marcas de banco, rasuradoras, bebidas con electrolitos) condecorada con medallas de cobre, plata, escasamente, oro. Nada que no sea un ratito de humor fácil en la televisión queda en nuestro recuerdo.

Y es triste decir que los mexicanos tenemos lo que merecemos,  es triste y vergonzoso; mas es cierto y muy en el fondo de nuestros beodos corazones lo sabemos y re sabemos.

No puede extrañarnos que la tasa de desempleo haya aumentado desde 2007 hasta la fecha un 4.8 %, puesto que no trabajamos. No puede extrañarnos el abandono del campo cuando todos los días compramos alimentos importados. No puede extrañarnos que los procesos judiciales sean actos de mera corrupción porque no estamos limpios de pecado.  No puede extrañarnos el hampa, la delincuencia organizada, debido a que somos parte de la red como consumidores, comerciantes, testigos mudos.

Somos México y mexicanos desgraciados por el peso de nuestra cruz de abandono. Somos México y mexicanos, coronados con espinas, condenados al maltrato de nuestro pueblo, de nuestra familia, de nuestra política ineficaz, de nuestra economía tambaleante, de nuestras insulsas frases de ánimo y sí se puede.

Cómo vamos a salir de la crisis si estamos habituados al ambiente hostil de especuladores, de las redes delictivas dentro de nuestro propio aparato legislativo. Somos materia de estudio de los sociólogos y de los naturalistas. Somos la supervivencia del débil frente al fuerte, somos mexicanos, especímenes raros, bichos que comen de todo, que viven al día, que juegan a trabajar y a estar acongojados por la carencia.

 Somos, pues, mexicanos curtidos del cuero por nuestra flagelación.

 Somos mexicanos desidiosos y con permiso para pecar por omisión, redimirse y volverse a condenar.

Somos mexicanos dispuestos a adorar al nuevo orador, al nuevo cura de pueblo que venga a montarnos un escenario lleno de flores blancas y esperanzas fincadas en el petróleo y demás recursos naturales.

Somos mexicanos que no vivimos de pan, sino de verbo adornado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario