De mí, que soy una Santa,
que temo la ira de Dios,
que me reinvento con cada tic-tac...

sábado, 14 de marzo de 2009

Aquí se duerme a la estoica. Crónica de una noche más precipitándome

Las diez y sereno.

Ventana abierta, cigarro en mano y la horda de pensamientos va ganado terreno: se vive, se piensa, se fuma, se ríe, se pretende.

Afán de figurar aún en el anonimato de cuatro paredes de ladrillo rojo:

Y uno se burla de las cosas que va diciéndole a los conocidos, casi al oído, como murmurando por temor a que en realidad se carezca de juicio ¿Será que lo que más me molesta es esa imbecilidad de no saber, no poder decir estupideces con la frente en alto? ¿Qué resultado obtendría? ¿No sería el mismo lado de la misma moneda traspasándome la palma de la mano?

Silencio dentro.

Las once y sereno.

Aún no decido si tirarme de la cornisa al cemento que adorna la calle o al suelo frío que funge ahora de cama.

Ventana abierta, cigarro en mano y el ansia que amenaza nuevamente con avasallar la nueva tierra del sur.

Cielo y lucecitas artificiales. (Desearía que la cabeza me explotara simulando un fuego artificial)

Y es que uno se queja por cobarde, por pereza, por hacer algo nada más. Si de verdad me atreviera hacerle frente a la frustración que no tengo como ganar, el mundo perdería importancia y se abriría definitivamente el intersticio entre lo que tengo-notengo y lo que deseo tener.

Las doce y sereno.

Dos al negro (suelo). Zenón y Séneca estuvieron de suerte.

C’est la vie.