De mí, que soy una Santa,
que temo la ira de Dios,
que me reinvento con cada tic-tac...

domingo, 17 de mayo de 2009

A unas horas

Ayer alguien me dijo que no le gustaban los cumpleaños.  Razones válidas tendrá para decirlo tan quitado de la pena, no discutiré aquí sus motivos ni voy a hacer una de mis tan acostumbradas aproximaciones psicológicas. Nada de eso, es mi amigo, lo quiero y no lo juzgo.

Pero, ¡lástima!,  a mí si me gustan los cumpleaños, las fiestas de cumpleaños, los pasteles de cumpleaños, los regalos de cumpleaños, las felicitaciones de cumpleaños y hasta las ridículas “Mañanitas”.

Y ¿por qué no decirlo? Estoy emocionada: mañana es mi cumpleaños… Sé que no recibiré  muchos regalos (cuando era chavala sí, y me gusta recordarlo), quizá ni siquiera saludos, pero la mera verdá, eso me tiene sin cuidado.

Por qué no sentir emoción, por qué no decir: “mañana es mi cumpleaños y quiero ser feliz un ratito al ver la lluvia derramarse por los vidrios de mi ventana”, por qué no darme una abrazo sincero y sentirme orgullosa de todo lo que soy (aún cuando me cuestiono tanto y me maldigo tanto), por qué no cantarme un canción, por qué no levantarme con un ánimo maravilloso y gritar que lo demás me importa un pito y que lo único que deseo es reventarme los globos oculares al videar mi peli favorita.

Mañana es mi cumpleaños y este 2009 quiero celebrarlo callada y con la luz apagada, darme un regalo lindo y comerme un “gansito”, quiero pensar en mí y en las posibilidades que me traerá renacer un año más: saberme de muchas maneras, asimilarme, y quizá hasta un día quererme…

MAÑANA ES MI CUMPLEAÑOS  y quiero asegurar que soy la hostia y darme abrazos y llenarme la cara de besos…

HBD, N!



viernes, 15 de mayo de 2009

Te recuerdo, “Amando”…

Preámbulo

Es completamente enternecedor vernos frente al espejo cuando ciertas cosas, momentos, personas vienen a nuestra mente y -en un acto natural, casi impulsivo- sonreímos y, simultáneamente, lloramos al querer encontrar el origen de nuestra rememoración.

Las palabras que hemos ido albergando, por uso o por placer, en nuestro vocabulario familiar dejan su condición de simples signos de comunicación para convertirse en definiciones de nosotros mismos frente a los otros. Símbolos que—ya sean expresados verbalmente o trazados de manera virtual en un documento de procesador de textos o impresos en una hoja de papel— se vuelcan, con los años, en la llave que nos abre con el exterior, que nos enlaza con un mundo más allá de la introspección o los castigos autoimpuestos. Así, “rojo”, “tiempo”, “amor”, “afán”, “realidad” me tiñen con sus correspondencias  y van colándose lentamente por los oídos de quien se detiene a escucharme.

Confesión

No resulta sorprendente que hoy—en medio de una, literalmente,  escalofriante cruda— te haya recordado al colocarme un cigarro en la comisura de los labios y emular tu postura afeminada al descansar de un largo viaje a pie por el centro de la ciudad.

El tiempo compartido, las manías adquiridas, la dependencia al afecto y a la llamada a media noche, la ternura de tus ojos, los juicios severos sobre mis actos imprudentes, las horas que pasamos frente a frente sin decir una palabra, las teorías y las razones que disparabas a quemarropa, los insultos dispuestos para el mundo, los cuentos de terror en la madrugada, los gatos que nos huyeron, los niños que nunca fuimos, las tardes y las noches envueltas en discusiones vienen en oleadas recorrerme entera, de la cabeza a los pies, y me sumergen en una desesperación aguda.

Me pregunto mil veces qué me hizo volver el tiempo para mirarte parado junto al quicio de la puerta, con el cigarro sostenido en las comisuras, mirándome lánguidamente y presintiendo tu derrota, nuestro final. Me lo pregunto y me llevo las manos a la cabeza y a los ojos, tratando de evadir la figura grande de tu cuerpo  y el olor a tu perfume.

¿Por qué vienes a joderme cada día?

Te tengo ya en las frases que pronunció: “mayormente”, “se sirven”, “de uno mismo”, “para colarse”, “mediante la percepción”, “de los eventos extrasensoriales”, “que conminan”, “al arquetipo”.

Te tengo en la postura  que adopto al acostarme cuando la noche está fría y no me apetece cerrar la ventana.

Te tengo en la costumbre de saberte ajeno, distante, imposible…

Penitencia

No te olvido, pero tampoco puedo alcanzarte ahora con este vago recuerdo, que no te quemará ni un vello del brazo, que no sufrirá una respuesta de tu mano tosca y gorda.

Todo tú, toda tu pureza y perversidad conjugada en el humo del cigarrillo se consumen gradualmente mientras me veo fumar frente al espejo.

Absolución

Te recuerdo, Amando-me; mas bendigo a Dios por haberme librado del peso de tu cuerpo sobre el mío.

C’est la vie…