De mí, que soy una Santa,
que temo la ira de Dios,
que me reinvento con cada tic-tac...

domingo, 25 de enero de 2009

domingo, día

Es uno de esos días en los que uno se cuestiona por qué jodidos tiene que hacerse la vida miserable pensando.

El sol brilla y afortunadamente no he tenido ningún momento para estar a solas y humillarme. Y es que… en los días nublados tiendo a hacer silogismos baratos y a malpasarme en las horas para ingerir los santos alimentos, culparme por no haber hecho o haber dicho tal o cual cosa… puro resentimiento en los días nublados, ¡carajo!

El sol brilla y quema, pero da igual. Esté ahí o no, es lo mismo, porque hoy la tarde se antoja tranquila, yerma, sin invasiones de baraterías ni discursos bonitos. Hoy la tarde se presta para sólo estar sin decir una palabra.

Mi madre me observa escribir, hace tres minutos que me ha llamado para comer. Ella nunca — excepto los recados pegados en el refri— ha leído algo “mío”. Ahora eso y saber que ha tomado su medicamento, me hace feliz. Sus observaciones acerca del mundo, de las cosas son sencillas, prácticas y casi rayan en la simpleza. Me gusta, sin duda, que mi madre sea mi antípoda, el opuesto, la felicidad y la belleza de lo cotidiano. Adoro a mi madre, porque no se revuelve con tanta pendejada y se contenta con mirarme escribir sin saber qué coños digo.
_-_

Bien, he terminado de comer y de poner las malditas cortinas. (Sí, alguien me dijo que las persianas eran lo de hoy, pero no van más con la decoración de mi casita y además ¿a quién coños le importa qué es lo de hoy? ¡Bah!) Habría de limpiar más, encontré tres arañas enormes dispuestas a morder mis brazos, en definitiva los insectos me dan asquito cuando están frente a mí (Sí, también debo añadir que soy una cobarde, no puedo matarlos).

Hace una hora recibí la llamada que no esperaba (mentira, la esperaba, pero no me importaba mucho recibirla). Era él y no tengo algo que agregar sobre dicho sujeto… (quizá tenga mucho más que decir, pero a estas alturas, es bastante imbécil; sabrán después a qué me refiero)

Ha sido un día agradable, no he hecho lo que me había propuesto; ¡vaya!, la desidia se apodera nuevamente de mí. Dejaré que me tome y me acaricie unos días más.

¡Ash! Él me ha pedido eso, eso y lo otro… y la noche, un café y un porrín… ¿A quién le hago caso? Al diablo los dos…

El viento y el mundo se mostraron amables conmigo. Lo hacen a menudo, pero le resto importancia al acto y es que… la verdad, siempre que advierto un favor semejante resuelvo dejarlo de lado para no ver cómo el goce se diluye y lo que antes, al principio, se manifestaba como una bendición se convierte a mis ojos —tras algunos meses de disfrute y deleite— en lo más aborrecido. (pinche inestabilidad)

Escucho a Portishead y no va mal, no voy mal…
Aunque, coño… sé que mañana —mientras bostezo y me alisto para ir a comprar la lista de la semana al “súper mexicano” (jajajaja)— toda esta luminosidad dominical se extinguirá…

C’est la vie, queridos…



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